Yo era una persona menos pequeñita pero tampoco mayor, cuando descubrí que me gustaban otras personas. A esa misma edad, sabía que esas otras personas también eran niñas y otras, no se porqué, también eran niños. Se diferenciaban por marcas y partes del cuerpo. No sé porqué, a mi sin embargo, me hubiera gustado poder distinguirlos por los juegos que a cada uno de ellos les gustaba o según se les diera el taller de cerámica, que era mi momento preferido de la semana.
No sé porqué, ahora que no soy tan pequeña sigo creyéndome ( sin quererlo, casi de manera inevitable) lo que una vez me contaron de pequeña, si ahora que no lo soy, yo también he descubierto que a los niños, a menudo, no se porqué se les esconde la verdad y para colmo, se la disfraza y sobre-etiqueta, como si el valor de aprender con el tiempo y la experiencia no fuera algo también para enseñar, como si la impaciencia fuera la Reina Madre, como si por naturaleza no nos pudiéramos diferenciar cada uno y a los demás, por medios propios. A veces me hubiera gustado nunca haber aprendido a hablar o ojalá, jamás poder haber entendido lo que me decían. Me ocuparon demasiado en ello y de bien pequeña, se me olvidó lo de pensar por mi misma y ejercer la sospecha de vez en cuando. El lenguaje a veces es traidor, tanto que engaña hasta al corazón.
Lo sé desde que era un ser pequeñ@ y lo sé ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario