Vistas de página en total

domingo, 9 de enero de 2011

No me lo creo.

Yo era una persona pequeñita cuando me di cuenta de que era una niña,
Yo era una persona menos pequeñita pero tampoco mayor, cuando descubrí que me gustaban otras personas. A esa misma edad, sabía que esas otras personas también eran niñas y otras, no se porqué, también eran niños. Se diferenciaban por marcas y partes del cuerpo. No sé porqué, a mi sin embargo, me hubiera gustado poder distinguirlos por los juegos que a cada uno de ellos les gustaba o según se les diera el taller de cerámica, que era mi momento preferido de la semana.
No sé porqué, ahora que no soy tan pequeña sigo creyéndome ( sin quererlo, casi de manera inevitable) lo que una vez me contaron de pequeña, si ahora que no lo soy, yo también he descubierto que a los niños, a menudo, no se porqué se les esconde la verdad y para colmo, se la disfraza y sobre-etiqueta, como si el valor de aprender con el tiempo y la experiencia no fuera algo también para enseñar, como si la impaciencia fuera la Reina Madre, como si por naturaleza no nos pudiéramos diferenciar cada uno y a los demás, por medios propios. A veces me hubiera gustado nunca haber aprendido a hablar o ojalá, jamás poder haber entendido lo que me decían. Me ocuparon demasiado en ello y de bien pequeña, se me olvidó lo de pensar por mi misma y ejercer la sospecha de vez en cuando. El lenguaje a veces es traidor, tanto que engaña hasta al corazón.
Lo sé desde que era un ser pequeñ@ y lo sé ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario