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jueves, 11 de noviembre de 2010

De todas mis rarezas

Un olor.
Hueles a miel de abeja.
A cirope belga, que es más ácido pero esconde menos los sabores con los que se mezcla. También hueles a libro de biblioteca y a herboristeria.

Una taza.
De Bilbao, de Córdoba, de Palestina, de Sevilla, de Lisboa, de Londres, de Irlanda, de Amsterdam.
Todos estos sitios podemos visitarlos cuando tú quieras, sólo que tendrías que venir a desayunar a casa y escoger una taza, para saber yo a dónde vamos, o en todo caso, a dónde preferirias ir tú.

Unas bragas.
Si quieres te enseño todas las que tengo. Todas són de algodón. Alguna son negras, otras tienen motivos especiales. Muchas veces las regalo, pero prefiero que me las regalen a mí.
Me gusta llevarlas en los momentos adecuados, y además suele ir a la par con mi estado de ánimo o con el de la persona que me las quiere ver.
No puedo evitarlo. El amor sin unas bragas bonitas es como el sexo sin preludio, siempre sabe bien, pero sabes que podría saber mejor.


Así soy yo.
Del aroma de las personas al estado líquido que albergan las tazas sólida en su interior y el devenir imprescindible de las bragas en el lado húmedo de mi cama.

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