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martes, 7 de julio de 2009

Os diré el por qué de las faltas ortográficas, a causa del exceso de velocidad táctil o el dejavú que sufre el cerebro cuando descubre que quiénes piensan sons sus dedos y no sus hemisferios.
Os diré que no me importa transcribir en el lado subversivo mis ideas porque de hecho el código no es tan importante como lo maleable del lenguaje en sí.
Lo normativo no me importa, lo admito y hora lo declaro.
Al fin y al cabo es meramente reproductor, nada creativo y sin embargo diferencia a aquellos que aman el contenido de aquellos otros que sobrevaloran las formas literales, las medidas, centímetros o qué se yo.
De veras, pensáis qune el pánico a que huyan mis palabras, ideas, líricas o matices va a dejarme perder tiempo con formalidades? Siento suscribirme de nuevo al catálago de elementos prácticos que facilitan el acceso a la personalidad própia y a la libertad individual, aunque para ello deba de renunciar y admitir, que aunque pueda no pienso detenerme a dibujar tildes ni puntos, el lector sabe corregir los fallos, el escritor sabe eludir lo inecesario.
Acoto este argumento a la práctica própia, al déficit autopropulsado en mi, a mi tenacidad gratuita y también, claro, a que yo hoy mismo he terminado de leeer ironicamente, un libro dónde ni tildes ni puntos ni formas gráficas hacen amago de haber atracado al autor.
El viaje del elefante, Saramago.
Que curioso, que contenta cuando aquel error de edición para todos fue una senyal de aprovación.

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