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sábado, 6 de noviembre de 2010

Pintando escribo vida, que no es arte.

Jimena se topó muy pronto con el surrealismo. Conoció a Rimbaud y después se atrevió con Gustave Courbet. Le apasionaba leer cuadros y le encantaba dibujar libros. Amaba el impresionismo de Arthur Rimbaud y se deshacia al sumergirse en la realidad de Courbet. Ella no queria ser artista, pero disfrutaba simulandose a sí misma. Se reinventaba entre tánta pretensión creativa y se entretenia con sus pequeños fracasos, que maquillados con buenas palabras, se convertían en una curiosa lectura artística de la realidad.
Tenía maestras y maestros, como todo ignorante. Era todo un protocolo. Qué alumno que se debe a su sensibilidad para poder ejercer su aprendizaje abandonaría la confidencia con su maestro? Bien, seguramente esa era Jimena. Jimena no decía nada, nunca quiso ser artista, pero quería usar el arte. No todos necesitamos crear, algunos nos conformamos con producir, almacenar, leer o absorver las cosas hermosas, las feas, las espantosas o las maravillosas. Ella acudia al detalle, al soporte, a la técnica. Ella acudía a la vida, aunque fuera a través del arte. Los demás se acostumbraron a idolatrar cada pequeña emergencia vital como si fuera arte llevado a subasta.
Jimena a menudo se preguntaba cuál era la función exacta del arte entre las personas y a menudo, también, cuestionaba si era el arte en realidad el motor de la vida y no al revés.
Las dudas siempre le provocaron psicosis porqué aún a estas alturas, no había logrado averiguar si la vida simplemente le parecía un museo al alcance de todos y sin embargo el arte, una vida prisionera de la que muy pocos podrían salir y contar que vieron dentro.



A Jimena se le extinguieron las letras y luego sufrió ceguera. No pudo leer nunca más un cuadro ni pintar un sólo libro más. Se quedó en J y con cuatro sentidos. Se dedico a pensar la vida, se dedico a palpar el arte y también su Yo.

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