Ella iba contenta y relajada, tenía ganas de verle como siempre, ya era parte de su rutina emocional, de sus relaciones, nadie nuevo ni especialmente conocido, la verdad. Un ser peculiar, con quien compartir buenos ratos.
Él iba con ganas, bajó las escaleras volando y quería consumir ya los veinte minutos que le tomaría bajar hasta la calle principal dónde poder coger una de las bicicletas para bajar tranquilamente las ocho manzanas que le separaban del centro, porque había decidido llegar andando, al sitio exacto dónde se iban a ver, detrás de la catedral, en una pequeña plaza que poca gente conocía y daba a la puerta de atrás de una parroquia y antiguo orfanato, dónde además había una tienda de jabón artesanal y más adelante,
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