El bebé no tenía mancha alguna en su frente, ni maldad en su corazón.
Su vida no se semejaba a la história bíblica ni tenía un hermano que matar.
Caín, he soñado, era hijo mío y poseía nobleza y sinceridad.
Caín lloraba al hambre, lloraba al frío y el calor, Caín lloraba por la noche.
Me pareció hermoso su cuerpecito encogido, me pareció cruel el prejuicio de su nombre.
Así le llamé, soñé. Caín era hijo mío y me enorgullecía. Algunos me miraban extraños cuando preguntaban por el nombre de la criatura alegre, de ojos negros y piel chocolate.
Caín era de color, mestizo y ya envuelto en controversia desde pequeño,
no lo lograría entender hasta que creciera, són histórias antiguas a las que su nacimiento no quiso hacer referencia, pero el registro civil así quiso hacerlo público, el nombre de mi hijo era hermoso y él, tan mío que creo que será real. No quise protegerlo, sentí que Caín sería grande y bondadoso,
creí en él, creí en la tilde que acentua su bonita vida, sin mancha oscura y sin dedo índice acusador.
Caín, Caín, Caín, se hace inagotable en mi boca, se ha grabado en mi sueño y el color de su piel,
yo se que saldrá de mi entrañas en cuanto sea madre.
Madre de Caín, así me llamarán mañana.
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