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lunes, 12 de julio de 2010

Saramago me presentó a Caín

He soñado con Caín. He soñado con Caín retoño entre mis brazos.
El bebé no tenía mancha alguna en su frente, ni maldad en su corazón.
Su vida no se semejaba a la história bíblica ni tenía un hermano que matar.
Caín, he soñado, era hijo mío y poseía nobleza y sinceridad.
Caín lloraba al hambre, lloraba al frío y el calor, Caín lloraba por la noche.
Me pareció hermoso su cuerpecito encogido, me pareció cruel el prejuicio de su nombre.
Así le llamé, soñé. Caín era hijo mío y me enorgullecía. Algunos me miraban extraños cuando preguntaban por el nombre de la criatura alegre, de ojos negros y piel chocolate.
Caín era de color, mestizo y ya envuelto en controversia desde pequeño,
no lo lograría entender hasta que creciera, són histórias antiguas a las que su nacimiento no quiso hacer referencia, pero el registro civil así quiso hacerlo público, el nombre de mi hijo era hermoso y él, tan mío que creo que será real. No quise protegerlo, sentí que Caín sería grande y bondadoso,
creí en él, creí en la tilde que acentua su bonita vida, sin mancha oscura y sin dedo índice acusador.
Caín, Caín, Caín, se hace inagotable en mi boca, se ha grabado en mi sueño y el color de su piel,
yo se que saldrá de mi entrañas en cuanto sea madre.
Madre de Caín, así me llamarán mañana.

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