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miércoles, 14 de abril de 2010

Común, corriente.

Aunque no nos guste pensarlo y ni tan si quiera nos lo planteemos como leit motiv, la muerta camina con nosotros desde antes de nacer o enjendrarnos hasta que decide cruzarse en nuestra vida, o hasta que creemos que nos llega el fin.
La muerte se te pega como una lapa y se experimenta más que la própia vida. Se saborea más el paso del tiempo y los momentos perdidos, que las cosas ganadas o logros a lo largo de los años, pues lo primero es eterno e ireversible y lo segundo efímero e imprevisible, es decir, podría volver, o no.
La muerte es en realidad a lo que tu llamas vida y es la misma paradoja que conlleba respirar, porque si respiras vives, pero mientras respiras consumes los latidos que te quedan por bombear.
Y no es de contrarelojes, de lo que hablo. No es el tiempo el eje. Es por la muerte y su mala fama, que se usa como castigo, cómo algo que se puede imponer o esperar y la vida, tan sobrevalorada que hasta se le impone a aquellos a quienes desean tropezar con su fiel compañera de vida, esa muerte que llegados a dantescos sucesos, se pega tanto a la vida, que invade nuestra existencia.
Fijaros que al final se ha convertido en una institución. De la muerte nació el infierno y la penitencia, del saber que todo tiene un fin nació la amenaza de adelantarse al tiempo natural, o a lo que otros llaman destino o tal vez ley divina. En definitiva, la muerte sin más, existe cuando eres niño, cuando eres madre o padre, cuando eres viejo, afortunado o desgraciado, cuando lo mereces o cuando menos te lo esperes. Lo unico que no existe, en realidad, es el derecho a vivir la vida como si no se fuera a ir, esfumar, malgastar....o como si fuera nuestra, y la de los demás también.
Subestimar la muerte es la peor manera de entender la vida.

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