Vistas de página en total

miércoles, 16 de septiembre de 2009

el principio del final


La primera vez que supe que era el final fue cuando mi madre me preguntó si deseaba que aquella situación se terminara. Cuando un adulto confía sus decisiones a un niño si algo significa es que se acerca el final de una historia con feliz final, por grande que sea el drama y difícil que pueda resultar la secuencia, ese final, en las manos de un niño, traerá sólo buenas consecuencias, al menos, seamos francos, mejor que las de antaño.
Así fue, así lo hice, afirme, creo que no me hizo falta hablar.
Ese final duró cinco años de difícil travesía. Cruzar los Alpes y las tempestades en invierno y soportar la soledad en verano, las altas velocidades a presión de las revoluciones del coche, haciendo la ruta sur hacia el teatro de la apariencia familiar.
Esa vez, esa primera vez fui complice en silencio. Jamás he mantenido tan bien un secreto como ése.
El lobo daba miedo, te mordía por la noche y te gruñía por el día, vivir era complicado, dormir era peor aún.
Cuando tienes miedo y poca habilidad para defenderte, cuando mides uno cincuenta y el lobo se queda erguido ante el improvisto y capricho de su apetito los centímetros se encogen y más bien quedan en estado liquido.
Cuando el lobo enseña los dientes los herbívoros se esconden en sus agujeros negros, desde dónde sólo se sirven del olfato para orientar su vida y con suerte, sobrevivir.
Una vez salí del agujero, me mordió fuerte, casi me llega a matar. La carrera fue larga y derivó en un incendio espectacular y un abismo enorme hacia la soledad. Casi pierdo el norte y el lobo, con su luna llena, ayudaba mejor que nadie, mejor que al respirar, sobre cogedor, un discurso largo, aterrador.
Cuando a un niño se le confía una decisión importante que un adulto no se atreve a tomar, seguramente lo afronte con más valentía y el sufrimiento tan sólo sea una espera larga, angustiosa, llena de ansiedad, agónica y casi mortal.
Los niños, nunca abandonan. Se cansan, desisten pero no abandonan ese lugar. El miedo es un espació demasiado grande, penetrante y confuso como para huir de él.
Cuando uno se acomoda a la oscuridad es cierto que la luz pierde valor, lo mismo sucede con el miedo.
Cuando un niño presencia un final, cuando un niño decide lo que los adultos deberían decidir ocurre que los lobos empiezan a preguntarse cuando girará el curso de la historia, cuando empezaran a perder y entonces me temo que, el miedo, 6 metros bajo tierra empieza a perseguir las huellas del feroz animal abandonando la sombra de los niños a la voluntad fotogénica que projecta la imagen simétrica a la posición de sus pies.
Es en ese preciso momento, cuando los niños conducen el mundo, durante ese pequeño momento en que las sombras resultan ser divertidas y los reflejos nada inquietantes, cuando los espejos podrían desaparecer para siempre y el miedo parece ser el último en llegar.
Ese mismo día, después de cinco años, el lobo se fue con el rabo entre las piernas y el niño jugó toda la noche con su sombra, vacía de luz y mezclada en la bella oscuridad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario