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martes, 26 de mayo de 2009

El olfato del amante tigre

Se ha desgastado las yemas de los dedos pasando hojas teñidas en agua y tinta china. En Corea los fideos ya no són de arroz y se cocina con barro, cenizas y hojas verdes. Tánta filosofia oriental para tan sólo aprenderse de memória los años a animales pegados.


Cuando aterrizó en Barcelona me dió el pánico. No me entró como de costumbre, me dió y lo acepte como estado transitorio, como bicarbonato para digerir la noticia más pesada.


Qué narcies haria con su traje espiritual, cuánto tiempo debió andar desnudo por las calles malolientes de Pekín y cuanta limosna verbal debió pedir en las cloacas de Calcuta.


Qué sentido debió abandonar a la deriba, cuál debió mantener intacto. En qué animal se convertiria entre frontera y frontera y a cuento de qué no se dignó a leer el Corán.


Me explicó años después que en Arábia descubrió el olfato. Las especias no estaban en India, ni el té en Japón. Me habló de los nombres sirios y los dulces libaneses. Admitió que fué un tigre y que el olfato fué su salvavidas.


Le pregunté yo con intención de hacer daño a cuántos lechos se entregó en aquél tiempo. Cuántas camas, cuántas mujeres y cuántos hombres. El tigre, más felino que nuca y deshumanizado contesto sin coger aliento.


El olfato huerfano en el cerebro se instalaba en el gusto y su lengua respiraba tanto o más que sus fosas nasales, húmedas e impregnadas de olores tántos que, no quedó lugar para la essencia humana.


Ignoraba el número pero conocía muy bien las formas. Redondas y erectas, formas desbordantes y memorizables por cualquier organismo táctil. La saliva también poseia esa propiedad.


Me interesé, ahora que el tigre estaba en cautividad, por sus dientes. Luego por su hambre. Más tarde le perdí el miedo y puede ser que también el respeto.


Se alimentó cuando necesitaba saciar-se, el resto del tiempo durmió y divagó. Se esforzó en aprender lenguas pero no pensó en sus límites biológicos.


Simuló ser amante por un tiempo, utilizó el olfato y su condición salvaje. El tigre fué amante y sentido y aún así no pudo definirse emocionalmente ni sentimentalmente.


En su origen la meta era la misma. El olfato del amante tigre se congeló. En el aeropuerto, donde uno aterriza con la sensación de haber simulado ser un pàjaro y dónde el vertiginoso animal no pudo hacer uso de sus garras para fijarse en el suelo, parece ser, perdió su condición.

Recuerdo en 1993, a mis doce años de edad, cuando nos despedimos y me acariciaste el rostro, me retiraste el pelo de la cara y me besaste en la sien. Ese detalle no fué importante. Importaba que se acababa agosto y te ibas tras el sol más ciego en busca de tu sabana, de tu selva,de tu reserva natural, de tu zoológico y tu ecosistema.

Alli fuiste tigre y sólo en ese instante recuperaste el olfato. Intuí, a los doce también que tú te proclamaste olfato como artículo del nombre y tal vez también como excepción.

Ahora que te tengo aquí, a mi lado, más humano que animal, más producto que essencia, más capaz que probable, deduzco que la lógica está en que quién teme al tigre con hambre no sabe que en realidad debe temer su olfato.


El olfato del tigre, del amante tigre.

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