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sábado, 12 de noviembre de 2011

La muerte salvaje y brutal de un animal doméstico.

Y un tiempo después de haberte conocido y haber impactado en ti mis primeras palabras,
de todo los sentidos que te doté me quedé con el tacto, con tu brutal sensibilidad, tu dolorosa manera de tocarme, tu manera animal de hacerme el amor y tu pelo sucio.
Me quedo con la humedad tropical de tu boca, tu amazonas inaccesible, tu abrumadora piel y tus pliegues, me quedo con tu piernas y sus lianas y con tu brisa sonora, tus ojos de pantera y tu mirada presa.
Mordías como una fiera y una vez encima era imposible deshacer el nudo, apretabas como las serpientes y luego de un sólo bocado engullías.
Ya me habías matado esa primera vez y todo lo que quedó de mi fue insomnio profundo, estado de alerta.
Ahora, hoy, con el bosque desierto y el ecosistema alterado, con las consecuencias bajo mis pies, no hay  amor brutal ni violencia sensorial, no hay más.

Yo que era tan doméstica de repente me sentí salvaje, y sin tierra desconocida sobre la que correr y matar, me volví indefensa.
Entonces todos los carroñeros vinieron a despedirse de mi. Me comieron y mientras me comían me mataron.
Al morir se siente, en resumen, todas aquellas cosas que la vida no te ha dejado sentir.
Y yo, yo sentí que no te quería y también que me hubiera gustado matarte yo a tí.

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