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jueves, 19 de mayo de 2011

Cuatro historias con cuatro finales distintos obligados a ser un mismo hecho.

Laura tiene ocho años y hoy vió como su madre asesinó a su hermano, recién nacido.
Diana tiene 32 años y hoy dejó morir a su hijo, recién nacido.
Saúl, de 15 días hoy murió sin más. Su madre le dejó morir, su hermana lloró su silencio y su padre nunca se despidió de él.
Damián hoy pegó a su hija mayor otra vez más, rompiéndole el brazo de nuevo y marcandole la cara con el cinturón. Ella quiso girarse para recibir el latigazo en la espalda, pero esa maldita correa de cuero, tan larga como endeble, cuando se desliza al aire la envuelve antes que a la cintura de su padre y a veces, le muerde la cara. Damián hoy escupió a su mujer, le tiro la leche ardiendo a la cara y el pecho, mientras esta alimentaba a su bebe, que pasó la noche con fiebre y no los dejó dormir a ninguno de ellos. Diana calentaba el desayuno y mientras el fogón hacia su trabajo aprovechó para descansar 5 minutos en el sillón, con su bebé acurrucado entre su brazo y su pecho. Damián hirió a su bebé en los ojos y su delicada piel, rapidisimo le saltaron las burbujitas en su dermis, y el niño lloraba y lloraba. A su madre también, y era tanto el hardor que sentía en su piel que se retorcía de pensar que no podía aliviar a su bebé. Laura, su hija mayor también lloraba, con sus deditos colgando de un brazo roto que no podia sostener. La niña desde el suelo se arrastraba y colocaba junto a la pared, para no estorbarle el paso a su padre, que no sabía decirle las cosas y a menudo sólo le pedía paso con los pies.
Diana lloraba y apretaba a su niño contra su pecho, no tenía nada más que le pudiera calmar. El agua fría lo iba a matar de frío, el agua templada no lo iba a calmar. Tal vez lo pudiera distraer con el pecho. Pero el bebé lloraba, lloraba, y mucho más que la pequeña Laura. Damián los dejó solos, a los tres, con su dolor físico y su miedo a cuestas.
Saúl sentía dolor en sus ojos, que no podia abrir, y se ahogaba cuanto más lloraba. Su madre le ponía el pechito en la boca y el bebé menos podía llorar y más ahogo sentía.
Diana por fin dejo de escuchar al bebe, que se había entretenido con el pecho. Pensó que el hambre sciaba el dolor, y viceversa. Ella lo contenia fuerte contra su pecho, para no darle otra opción al bebe : -come hijo, come, así no sentirás dolor.
Y es verdad, Saúl nunca más llegó a sentir dolor.
Laura, la pequeña Laura, se había dormido de tanto llorar y esperar su turno. Su brazo roto parecía un puzzle en el suelo, reposando al lado de su cuerpo. La niña aún tenía espasmos del llanto, que al dormir y con la respiración profunda, aún ejercían de reclamo.
Su mamá, la llamaba, pero la niña había caído en desmayo.
Diana pensó que algo, a partir de entonces se podría hacer.
Saúl empezó a sentir frío y Laura volvió al llanto, volvió a su brazo roto.
Diana quiso ayudar a su hija, cogió al bebé y lo apartó de su pecho.
Su bebé frío que no succionaba, que se movía sólo porqué Diana también lo hacía.
Su pequeña marioneta, fría.
Diana se dió cuenta en ese mismo instante. Quiso zarandearlo para provocar su llanto, però Saúl ya se había olvidado de eso. Saúl ya sólo sentía frío y a los guasanos, los gusanos en camino.
Diana sólo pudo aferrarse al grito y Laura al miedo. Laura que junto a su brazo roto vió como caía el cuerpo de su hermano al suelo, que no se movia ni lloraba, que al tocar las baldosas se tiñó de color morado, dejando su cabecita pequeña y blanda amoldarse al paisaje horizontal de su horrible situación.

Laura miró a su madre incrédula. Y lloró más aún, lloró por ella, por su brazo, y por su hermano. Sobretodo por su hermano. Diana miró sus hijos. Miró a su hija mayor. Miró su brazo. Miro la piel de su pequeño Saúl. Miró su pecho, rojo, hirbiendo aún, con sus ampollas hirientes, las mismas que sentía su hijo antes de sentir frío.
Diana pensó en el terrible suceso, en que se había quedado dormida también durante la muerte del bebé. Sintió que se le había escapado el momento justo en que su hijo dejó de aferrarse al pecho para intentar buscar aire. Pensó en su pequeña Laura, sola otra vez. Saúl era su tercer bebé y Laura era la única superviviente.
Miro su brazo roto y se acercó a la niña que gritaba más y más, sin cesar y con miedo, miedo también a su mamá.
Diana cargó a la niña sobre su espalda y le pidió que colocara a su hermano Saúl bajo su vesitdito, para que fuera recogido entre el vientre de su hermana y la espalda de su mamá.
Laura sintió el frio de su hermano todo el trayecto al pueblo. Cuando llegaron a la Plaza San Salvador abandonó el cuerpo de su bebé en la fuente central y bajo la mirada de su marido, que trabajaba vendiendo droga allí mismo y ahuyentando a la policia, sin dejar en ningún momento la botella de tequila libre ni la compañia de lindas niñas, que servían de reclamo y de negocio también.

Y su marido, abrió la boca.
Y Diana, dejó a Laura en el suelo.
Y Laura lloraba. Y Diana se fue.
Laura, con su brazo roto, salto a la fuente. Se lanzo a por su hermano.
Lo agarró del bracito, y lo sacó como si fuera un muñeco de trabo de la fuente,
como si de un entierro sin aviso se tratara.
Diana contó hasta diez y empezó a correr. Cinco segundos más tardes llacía en el suelo. Lo que tardo Damian en disparar.
Laura se vió sola, se vió muerta.
Casi sintió el mismo frío que Saúl.
Una chica se le acercó. La misma que acompañaba a su padre en sus horas de trabajo. Ella la llebó al hospital. A ella y a Saúl. Pero a Saúl se lo quedaron los médicos. A su madre nunca más la vió, ni si quiera en el cementerio.
A su padre sí. A sus pies también. A su cinturón a diario. A sus manos amantes de sus mechones de pelo también. A su padre, en realidad, nunca pudo dejar de verlo.

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