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lunes, 16 de mayo de 2011

Una historia más sobre una mujer. Una historia menos sobre un puente.



Al dejar el puente atrás no sentí ni frío ni nostalgia.
Fueron cuarenta y dos pasos y dieciséis zancadas.
Después pasé hambre y eso si que me pareció conmovedor.
Se acentuaron mis cejas y se poblaron mis pestañas,
el polvo parecía granizo y nunca más supe qué hora era.

Pensé en buscar a una mujer porqué así es como se acontecen las mejores historias
y después compré una espada. Corrí a ciegas empuñándola en medio de un bosque de encimas
y al volver a la realidad había matado a un ciervo. Comí carne cruda y después la devolví aún entera. Aparecí entonces en un campo de olivos y me metí uno de los frutos en la boca, no para comer, sólo para saborear.

El sabor amargo en mi boca se convirtió en familiar y nunca más quise volver al puente.
Pensé en seguir andando y anduve por más caminos y más horizontes, hasta que un día se me antojo el mar. Al llegar al acantilado pensé en el aire que me separaba de las olas y en como me gustaría inalarlo todo en mis pulmones, condensando la distancia y quien sabe, a lo mejor provocando una orilla, una escalón diminuto, que me dejara alcanzar el color verde espumoso.

Luego busqué arena. Al pisarla y dejar que se escondiera entre mis dedos me sentí importante.
Quise acogerla como mascota, como ser de compañía. Diminutos granos, piedrecitas todas, podéis acompañarme y nunca dejarme sola.
Un día que andaba sentada sobre mis granos de arena se quejaron de que nunca las bañaba, que nunca las lanzaba al mar. Me entró un pánico terrible. Se podían perder, o deshacer, o confundirse entre las demás o tal vez ahogarse.

Entendí entonces que la propiedad es la mayor de las cadenas y el amor por las cosas un sacrificio dulce. Así que las dejé marchar, no fuera que las cadenas que las unían a mi las dejaran solas de por vida.

Y así me quedé sola yo también. Con pena y resignada pensé en como podría pasar por encima de ese mar, que se había adueñado del deseo de mi arena. Pensé en mi puente, en los cuarenta y dos pasos y mis dieciséis zancadas y sospeché que aún así no sería suficiente. Unas cuerdas des del cielo y unas rocas muy pesadas, ancladas en el fondo del mar y valientes para contener las olas.

Pasé muchos días maquinando.
Sin darme cuenta dejé de ser humana y me convertí en fábula. Me conté mis propias historias y me codeé con Pigmalión. Luego dejé que mi carne fuera piedra, y mis huesos fósiles. Dejé de lado mis ideas y abandoné mis deseos al agua, con mis piedras.

Soy arco, columna, soy 1678 pasos y 342 zancadas. Alcanzo las vistas que me vieron desaparecer y he deshecho el horizonte. El agua desapareció hace tiempo y los olivos crecieron cuando la arena del mar se exilió. El viento me cruza y los olores también. Nadie se imagina quién soy yo. Todos creen que no soy nada, y me ven, y me tocan, y me pisan y me escriben. Y los oigo y los leo, y me pisan y me importan.

Soy esa, sin mujer y con mis piedras, sin ser nadie algo soy.

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