Vistas de página en total

jueves, 14 de octubre de 2010

La connotación positiva del verbo mentir.

Cómo.

Me levanté corriendo a sabiendas que no es la mejor manera de saludar a la realidad y eché al vuelo como Lola en su película. Las calles parecian autopistas y las personas semáforos en rojo que yo si estaba dispuesta a saltarme o a empujar. No corría por miedo ni por pesadilla, corría por necesidad.
Hablo de cuando tenía ocho años. Era febrero. Febrero* me gusta, porqué cumplo años y es el maldito mes dónde todo recuerda lo pronto que se irá el frío y lo cerca que está el sol primaveral. Dónde a penas hay dias festivos pero sí el carnaval y parece que existen excusas para disfrazar cualquier cosa y decreto abierto para camuflar la realidad.


Pero.

Pero no era esa la educación que a mi me habían dado. Tampoco me dijeron nunca: no cuentes lo que pasa en casa. ¿Pero mentir es fácil no? A mi me llegó a gustar mucho. Es uno de los mejores placeres que tiene la infancia, mentir, mentir, mentir y mentir a sabiendas que eso nunca te hará lo suficientemente culpable porqué sí, eres un niño aún, y no sabes lo que conlleba. Yo sí lo sabía, pero como eso era mejor que contar la verdad o callarmela, era necesidad y placer. Como el que trabaja en lo que le gusta, nunca acaba de apreciar lo afortunado que es.



Punto y seguido.

Vuelvo. Se me había olvidado.
Corría en febrero por la calle y cuando llegué a la meta me paré. Durante un tiempo acostumbraba a desayunar y a pisar la calle antes de quitarme las legañas. Mi hermana me seguía, pero ella no cruzaba al otro lado de la calle. Yo sí.
Había un señor mayor que se llamaba Joan. Cuidaba del perro de su vecina. Y también de mí, aunque él no lo supiera. Siempre me decia : vuelve con los demás a jugar! o..tu madre debe estar pregúntandose dónde estás y si te ve aquí no le va a gustar!
Bah...tonterías. Yo me enganchaba como una lapa.


Por qué.

Se estaba muy bien alli, con Joan y la perrita. Podía ver la ventana de mi habitación, a mi madre cruzar el piso y a mi padre salir de casa, cruzar la calle, pasar delante mío sin darse cuenta y entrar en el bar. El puto bar.
Esos meses me parecian años, porqué luego llegaba el frío y la oscuridad y otra vez la reclusión en casa, la maldita frase : no es hora para que una niña de 8 años ande sola por la calle.
Pues más sola estaba en casa. Mi hermana no se enteraba de nada y mi madre se entretenía demasiado con todo, supongo que ella ya hacía años que manejaba el arte de la distracción personal, pero yo, yo me moría del asco.



Conclusión.

Y al final, si os soy sincera, era lo mismo que mi padre estuviera en casa sembrando el pánico como en uno de sus viajes, porqué ni la calma ni la diversión pasaban por casa. La soledad que se experimenta estando acompañado es mucho más cruel que la soledad física.
Yo lo veo en los ojos de mi madre y en los míos, cuando recuerdo los flashes de hace ya unos años, lo que éramos, lo que había.
Como decía, el arte de mentir resulta un placer y una drogadicción cuando además de oficio es necesidad. Muchas veces me pregunto si algunas cosas que recuerdo eran realidad o no, si me las imagino sólo o són recuerdos de verdad. Esa confusión es la que provoca alivio, y el silencio pactado claro. Tampoco sé cuánto he borrado ya de mi memória. Porqué se que hay cosas que ya no logro visualizar.



Advertencia.

Jamás se me ocurriria corrborar mi versión con la de mamá o mi hermana. Se que cada una tiene su própia estructura firme y su flotador vital sobre esta misma história. Supongo que compartimos el lodo, pero no los flotadores.



Anotación personal.

Pues sí. A correr como Lola, desde entonces.

1 comentario:

  1. Es muy muy bueno. No sé si será porque te entiendo. Deberías de escribir más para sacar toda esa mierda y nos dejes ciegos con tu luz (aunque de vez en cuando ya lo haces).

    ResponderEliminar