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martes, 15 de septiembre de 2009



Me fui a Belgica, al norte, a visitarle.

Antes ya había estado en el sur del país, ese mismo año.

En la capital la tempestad era suave, bioqímica, manchaba las paredes y desnudaba el suelo,

humedecia los jardines y proporcionaba belleza a la insólita Bruselas.

En el sur, creían ser franceses. Ellas se camuflaban bajo los vestidos de sus mamas y dentro de los coches de sus vecinos grangeros.

En el norte ellas vestían con pantalones de hombre y escotes pronunciados. Su corpulencia y sus voces eran graves, fuertes, austeras.

No se escondian, pero tampoco disfrutaban.

Un dia, a Lientje, mi compañera de habitación se le ocurrió salir de dónde se escondía, pese a que todos sabiamos lo que iba a desvelarnos.

Ese mismo dia fuimos a un bar de Namur, en el centro, pasada la estación. Se sentó a mi lado y sacó la austeridad norteña, se despeinó su pelo corto y rubio, y me acecho con alguna que otra pregunta. Se propuso sacarme a mi también de mi escondite.

Ese mismo dia me acompañó al autobus de vuelta al campus, me dió un beso y después, me visitó más tarde.

Le dij




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