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jueves, 28 de mayo de 2009

In-, mujer o niña

Eres sin duda quién despertó en mi el encanto opuesto al tierno pederasta que manejaba a Lolita.
Según mi experiencia, era Lo quién manejaba aquél títere llamado a ser la bestia según la ley.
A mis 18 recién cumplidos me diste razones para querer hacerlo y la oportunidad de convertir y realizar el reverso sexual de una mujer, ser alquimista sensorial.
Nunca he dado con niñas de mi edad, ni con chicas de mis años ni con niñas más tempranas. Siempre he dado con mujeres, siempre he mirado a las mujeres.
Siempre me ha gustado la suma de los años y el paso del tiempo. Me han echizado las caras savias y serias de aire interesante y a veces también intel·lectual, las caras envidiosas y las miradas que ignoran que tocar si está permitido.
Me gustan los años que pesan en las espaldas de las mujeres y las hacen más hermosas y a la vez menos deseables al resto.
Me gusta la mujer que con el paso de los años se ha atrevido a ser un hombre, me gustan las mujeres que con el paso del alcohol por sus artérias, en una fiesta cualquiera, te confiesan ternura, feminidad y otros encantos detrás de la camisa de cuadros.
Adoro la superioridad de las arrugas y la tímidez del deseo que cultivan. La nostalgia en sus miradas cuando observan a las mujeres jovenes y cuando no se molestan en mirar a las adoelscentes támbién (¿quién las habrá convencido de ello?).
Me entretengo pensando en las veces que me he cruzado con alguna de ellas. las busco, lo intento, pero están tan convencidas de no hacerlo que no perciben el grito, la mirada extridente, continua y desafiante, el descaro de la pose ni el intento fallido.
Otras, cuando ya se han sentido cohibidas temen ser acechadas y la casualidad que juga más que yo, cuando me abre grietas entre el tiempo para el ensayo, hace que ellas se pongan nerviosas, aceleren el paso, miren con un exceso de seriedad y tensen el aire lo justo y necesario como para convertir el tacto en algo violento y el paso esquivo en miel goteante.
Pero vuelvo a ti, que fuiste la primera y la sencillez más simple. El proposito menos buscado. Fuiste el despertador alarmante que me puso en guardia pero sin embargo la excpeción entre todas ellas. Tú resutaste ser más niña que yo y nunca lo que imaginé.
Pero físicamente, aparentemente, tu curriculum fué impecable.
Desearia que te convirtieras en una de ellas, como Humbert Humbert deseaba que todas las niñas fueran nínfulas y sin embargo a menudo, sus nínfulas resultaban caducas, simples, al alcance del deseo impaciente, ahorcados por el misterio y después, resposantes en la satisfacción.

Seguramente la clave, entre las mujeres y niñas, sea la potencia satisfactoria. Cuánto antes se recurre al prefijo antes se consume el hecho. In- en realidad quiere decir satisfecho, en participio ya, caduco de nuevo.

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