
pero hay algo que despierta mi apetito
así como el de mis ideas.
Puede que tu nunca sientas ese hambre
si tus ideas no revolotean
y se limitan a estar en orden y nunca alterar su orden.
Puede que con el tiempo pierdas esa cualidad sin haberla despertado,
y te aseguro que ninguna escuela ni universidad de más hubiesen sido suficientes o necesarias para que eso ocurriese.
Pregúntate a qué se debe el hambre del cerebro cuando se queja,
a qué suscitan sus preguntas y sobre que premisas cristalizan y mueren tus neuronas.
Te aseguro que el hambre del ideario personal es caprichoso,
se le antojan disparates y discursos serios también.
La fantasía y la imaginación sin embargo ejercen de placebo,
un curioso efecto Pigmalión sobre la mente y
he ahí cuando estalla el hambre que,
como no, se junta con las ganas de comer.
El hambre de las ideas,
pensé después de todo
y me quedé empachada.
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